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Martes, 20 Mayo 2014 03:11

LA PEOR ‘PALABRA’

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La escritora española Laura Martínez Belli se da a la tarea de defender una palabra que la mayoría de las mujeres sataniza y que quien la usa sin cortapisas suele ser denostado con el ácido adjetivo: "pelado".

 

Por Laura Martínez Belli

Hay palabras altisonantes que la gente utiliza con singular alegría y hasta con desparpajo. Por ejemplo, es sabido que en las zonas costeras de Centroamérica tienden a saludarse con un “¡Qui’ubo, jodido!”. Así, con alegría, con ilusión.

Las llamadas malas palabras constituyen el corte definitivo del cordón umbilical. Cuando puedes decir “pinches” y “cabrones” delante de tus padres con la boca bien grande es cuando dejas de ser objeto de subordinación y te conviertes en sujeto con autoridad. Nace así una hermosa relación entre pares. Esa grosería profesada viene a liberarte de sabe cuánta palabra atorada en el gaznate, mientras tu padre en lugar de reñirte te dice “a ver, m’ijo, chinguémonos un tequila”.


Uno puede distinguir a un uruguayo de un argentino por las palabras que escoge. A mí, por ejemplo, cuando alguien se entera de que —a pesar de mi acento mixto— no soy chilanga sino gachupina, me dicen con acento impostado: “de puta madre, tía”. A lo que yo sonrío con cierto aguante y un atisbo de resignación. Y es que las malas palabras forman parte de nuestra cultura más profunda, como esas raíces que nos recorren desde las entrañas.

Cada país tiene sus palabrotas y a mucha honra.

En México, algunas forman parte de la vida cotidiana, como la salsa sobre las tortillas. Chingados, chingada, chingón (incluso hay un exitoso libro llamado Chingonario), pinches, culeros, no mames, güey pa’arriba, güey pa’abajo. Nadie se escandaliza. Esas palabras están tatuadas en la boca de algunos; inamovibles como el águila sobre el nopal. Incluso esas niñas bien que no conocen otro adjetivo que “increíble” (por favor, la lengua española es tan rica en adjetivos como para que de repente el increíble esté desbancado al resto de calificativos); hasta ellas, digo, tienen sucia la boca, como dirían las abuelas.


Pero hay una palabra entre todas estas, una palabra (La Palabra), que rechina en los oídos de las niñas, de las malas y las buenas. Una palabra innombrable. Y no es culo. Es una que rima con jerga. Sí, esa. ¿Qué tiene esta palabra que la hace tan ofensiva a los oídos femeninos? ¿Qué carga soporta esta palabra sobre su alargado ser? Por ejemplo, la palabra pene es, a todas luces, mucho más fea. Falo, también. 

 

La primera además lleva implícito un halo de pecado al ser un tiempo del verbo penar. Como alma en pena. Pene. Penne rigate, pasta corta, donde las haya. Y falo, por su parte, suena a música tradicional portuguesa para quienes oyen campanas y no saben dónde o, peor aún, a mentira y manipulación. A falacia.

La otra, la tan malsonante y repulsiva según algunos, es mucho más poética. En un acto de valor inescrutable tecleo la susodicha palabra en Google, encomendándome a todos los santos y mártires de la Tierra, como diría Rodrigo Fresán, para que no vaya a explotar mi computadora con la sarta de barbaridades que pudiera arrojar el buscador. Para ir a la segura, abro el diccionario.

La Real Academia Española de la Lengua, aquí y en China, sigue siendo garantía de decencia y buenas maneras. Pero para mi sorpresa descubro unas acepciones estupendas. Después de “pene” (la primera en la lista), es el arco de acero de la ballesta. Una ballesta, deliciosa reminiscencia a valiente, a medieval. A hombre, que al fin y al cabo, había que ser muy macho para sobrevivir a la peste y a la inquisición. Es, además, el arco donde se apoyaban los proyectiles, la parte rígida y fuerte que daba sustento al arma. Ya desde ahí, me reconcilio con la palabra.

 

Sigo leyendo. Tercera acepción: vara. Palo largo y delgado. Lo de largo y delgado no es una imagen mental que me encanta aunque confieso que el dicho “con la vara que mides, serás medido” no volverá a ser jamás el mismo para mí. Ni para ustedes, supongo. Pero estos chistes sólo son aptos con unas cuantas copas encima y desde luego no en las duchas de un gimnasio. Cuarta acepción: Tira de plomo con ranuras en los cantos, que sirve para asegurar los vidrios de las ventanas. Quinta: percha labrada convenientemente a la cual se le asegura el grátil de una vela. Sí, señor.

 

Al final, algo de razón llevan los adolescentes cuando cantan eso de “se levanta en un mástil mi bandera”. La sexta dice: “vergajo”. Ahí, confieso, tuve que investigar. Así se le dice en Venezuela al miembro del toro que, después de cortado, seco y retorcido, se usa como látigo. Mis respetos para el toro, señores. Qué animal tan noble, tan grande, por decir lo menos.


Y los significados continúan. Puede ser también, en una embarcación, el palo mesana, que no lleva vela. Así. El tal palo, sin más, con toda su majestuosidad, desprovisto de tela alguna, erecto sobre el horizonte del mar. A la víbora, víbora de la mar, de la mar, por aquí pueden pasar, los de adelante corren mucho y los de atrás se quedarán.

 

Y de repente, topo con la “toledana”, que no es ni más ni menos que una medida antigua equivalente a dos codos. ¡Dos codos! Si conocen a algún toledano, absténganse de mencionárselo, no vaya a ser que se vuelva más pesado que una espada. Háganme caso.

 

De pronto, y como el diccionario nunca falla, llego por fin y por vez primera a la “interjección vulgar”, pero acota que eso sólo ocurre en El Salvador y en Venezuela, para expresar sorpresa, protesta, disgusto o rechazo. O sea, sinónimo de chingados, chingaos, chingada madre, oh que la chingada y demás expresiones con la misma raíz mexicana.

 

Esa acepción, lo reconozco, es la más aburrida de todas y sin embargo la que se ha apoderado del significado del término. Pero continúo y llego hasta una genialidad digna de novela. Resulta que los marineros dicen: “~s en alto”. No, no es un atraco, ni un “Living La vida Loca” estilo Ricky Martin, sino una expresión que se usa en el océano y que denota que la embarcación está pronta y expedita para navegar. Frase genial donde las haya. Ya me imagino al capitán de un bergante gritando voz en pecho: “Vergas en alto”. Eso tenía que haber salido en Piratas del Caribe.

Así es. De lo que se pierde uno por mojigato y prejuicioso. Las palabras están para usarse y las reglas para romperse. ¿Cómo es posible que triunfen unos sinónimos sobre otros cuando la palabra que define algo es redonda y musical? ¿Cómo decir sobaco cuando existe axila? ¿Por qué pito, pene, polla, cola, riata, son más usadas en detrimento de ésta, que alberga mundos marinos y gestas medievales?

Pensándolo bien, el diccionario debería cambiar el significado de la palabra pene. Pene debe ser el miembro en reposo, flácido, dormidito. Pero cuando despierta, ¡señores!, ahí ya no hay un pene. Hay que decirlo con todas sus letras: hay una verga.

En fin. Que no sé por qué esta palabra escandaliza tanto a la gente. Yo abogo para que a partir de ahora las mujeres dejen de lado la hipocresía y dejen de escandalizarse con cosas que en verdad deberían causarles gracia. Además, de buena tinta conozco a varias que en los momentos álgidos de la intimidad le gritan con ese nombre satanizado a la del tipo que tienen delante.

Todo depende de la intención con que se digan las cosas. Lo demás, nos debe valer verga. (www.sohomexico.com)

 

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