Madonna no es mi favorita, reitero, pero me atrae su valentía --de niña consoló a su madre cuando ella le informo que moriría de cáncer--, su energía, su cadencia y, desde luego, sus afanes iconoclastas aún a sus 58 años (en ese terreno la han superado, aunque con menos calidad musical, mujeres como Miley Cyrus).
Entre su trayectoria, lo que más reconozco de Madonna es su resolución por ser libre y, en esa órbita, sus performances con su impronta de erotismo y aún de salvaje y hasta vulgar sexualidad (creo que el sexo es también todo eso, y lentejuelas, olor a perfume barato y falsas promesas de eternidad).
Como sea, Madonna es un arquetipo aunque ella misma hace unos meses comentó, en un discurso conmovedor y claro, que su ruta ha implicado también la sumisión o el sometimiento al imperio de la imagen que le garantiza el exito si ella se asume como una cosa, y lo ha hecho. Creo que ese reconocimiento, pero sobre todo esa búsqueda de libertad, es una de las convicciones de mayor dignidad del ser humano, entre otras derivaciones, para hacer con el cuerpo lo que cada quien quiere y con quien quiere.
En estos días, legiones han cuestionado la exigencia de Madonna en favor de la dignidad de la mujer por las expresiones que la artista tiene en el escenario a las que vale la pena agregar su libro Sex, sus perfiles vouyer, lésbico, sadomasoquista y hasta su solidaridad que en ese álbum de fotos mostró para con las putas de París. Esas críticas, provenientes de quienes no comprenden más moral que la suya, y de quienes gustan de situarse por encima de los demás a partir de lo que hacen por debajo de la cintura, no comprenden que este es un asunto de libertad, que si ellos entienden la dignidad con sotana o cualquier otro rasgo convencional es su asunto, como asunto de los demás que lo comprendan de otra manera. Pero incluso esas legiones conservadoras, sobre todo en Estados Unidos aunque en México hay expresiones en el mismo sentido, simpatizan con lo que han expuesto algunos funcionarios de la Casa Blanca, en el sentido de encarcelar a Madonna porque en el mitin de la Marcha de las Mujeres señaló que había que explotar la residencia oficial; la artista ya dijo que fue en sentido figurado y, agrego yo, como cuando Michael Moore desmintió a los medios porque difundieron que Trump asumió el poder cuando el poder es del pueblo.
Desde ayer, la furia misógina, los desplantes de las buenas conciencias y la condena a Madonna se encuentran encendidos, y todo parece indicar que legiones de idiotas han desenterrado el hacha para conculcar las libertades. Todo eso significa, y más, el fascista que opera como presidente de Estados Unidos. (www.etcetera.com.mx)