Pero tenemos un vacío, el tatuaje en México si bien tiene grandes exponentes del tatuaje Chicano y del Prehispánico, tienen un vacío, vacío que ha sido alimentado por esta Nueva Escuela a la cuál pertenezco, los tatuadores emergentes que ya no empezamos en el barrio soldando agujas, y que tenemos acceso ilimitado a contenido visual en Internet y por supuesto que estamos influidos por el tatuaje americano y sus programas de televisión, empezamos a copiar, a imprimir y calcar.
Yo admiro mucho más la vieja escuela, el tatuaje canero que con el mínimo material crea su propio lenguaje y sus diseños parten desde el contexto donde nacen, son artesanales. Yo quise hacer algo así, que hablara de quienes somos. Fue hasta el año antepasado que inicié un proyecto diferente de tatuaje, empecé a viajar por México, conociendo diferentes Pueblos Indígenas para realizar este proyecto, para hacerlo a partir del respeto.
Nací en la Ciudad de México, pero mi familia es de Acaxochitlan Hidalgo, mis abuelos y mi bisabuela son indígenas y siguen viviendo en la sierra, cuando era niña me ponían a desgranar maíz, a hacer tortillas y a bordar y al hacer tatuajes quise empezar a construirlo desde el interior, ese interior era ese pasado; era en Quexquemetl de mi bisabuela, así que empecé a dibujar los patrones que mi abuela me daba, pero poco de lo que había dejado mi bisabuela quedaba, y mi abuela ya tiene 86 años y aunque siguen sembrando maíz ya no borda, juntas empezamos a buscar mujeres en la región que siguieran bordando para que me enseñaran bien y ahí empezó el viaje, de ahí fuimos a Puebla y volvimos a Tenango de Doria a conocer a las bordadoras, nos fuimos a vivir a un pueblito en la playa en Nayarit y conocimos Coras y huicholes, en Chiapas nos recibieron en una casa de Zinacatan, en la Huasteca conocí el barro de Huejutla y reconocí la ropa de mi bisabuela en los tejidos tenek de las Potosinas y el viaje se extendió en tantos lugares; uno de los más entrañables y que nos llenaron los ojos fue a San Martín Tilcajete en Oaxaca, nos devoramos con los ojos las piñas Michoacanas, las máscaras de Ocumicho y conocimos los tapetes de Huamantla, el paseo del Pendón en Guerrero, y recientemente estamos en el norte conociendo los pueblos tarahumaras. Mi inspiración más cercana es el pueblo Huichol, porque vivimos en Nayarit y de donde se ha vuelto viral mi trabajo con patrones inspirados en las chiquiras y los hilos wixárikas; pero... al volverse viral, la gente me pide diseños de tostadoras o autos con patrones huicholes, no los hago.
Creo que utilizar la cosmogonía de los pueblos indígenas es conocerla, debe ser conocerla. Llevar en la piel al verdadero México implica saber su significado que es mucho más rico que lo que yo o cualquier tatuador pueda hacer. Creo que los que empezamos, porque me imagino que no soy ni seré la única en tatuar textiles y lacas indígenas mexicanas, debemos conocer y fomentar el conocimiento de los significados, que el tatuaje sea un medio para preservar nuestras raíces y no para deformar nuestras tradiciones, para que cuando Doña Leonila, mi abuela, ya no esté, sus patrones sigan vivos en nuestra piel y no para adornos vacíos o accesorios de moda.
En la ciudad de México tatúo en Xochimilco y en la Colonia Roma, en Nayarit estoy en Bahía de Banderas, a unos minutos de Puerto Vallarta, pero nos mantenemos en el camino tatuando pieles en todo el país, recientemente también estuve tatuando con mi esposo en Cuba.