“Nos trajimos un millón de dólares. Compramos la camioneta en Hermosillo. Llegamos a conocer todos los pueblos. En Puerto Vallarta nos instalamos en un hotel de la Marina, se llama… Se me olvidó. Pero estaba lleno de federales. Nos salimos y nos regresamos aquí” relataron a grandes trasgos. Se referían el hotel Velas, casa y cuartel de un grupo de agentes federales del área de intercepción aérea a principios de los 90.
Los dos amigos son el prototipo de individuos acostumbrados a ganar dinero por carretadas. Habían empezado en el próspero negocio de polleros a principios de los 70. Incursionaron en el contrabando de armas y terminaron enredados en asuntos de drogas. Todavía viven, en Estados Unidos o en la frontera, y de vez en vez cruzamos nuestros pasos. Son muchas familias las que viven de negocios que ellos lideran y que nadie se asombre, tienen protección desde el gobierno, gobierno de todos los niveles.
Por lo anterior, cuando la prensa dio pormenores de que en Sinaloa se preparaban manifestaciones en defensa de Joaquín “el chapo” Guzmán causó asombro. Cientos, tal vez miles de personas siempre estarán dispuestos a salir a la calle para defender a su “patrón”. Una cartulina lo describía todo: “Nos apoya, nos da trabajo, el gobierno y los políticos no”.
“El chapo” Guzmán es mas que una celebridad en todo el país, no solo en Sinaloa. Los mas endiosados por el estilo de vivir de los mafiosos, dinero, poder y mujeres, quienes salieron a la calle lo hacen en buena medida por saber estar en riesgo su seguridad, pero sobre todo la incertidumbre de su “negocio”. En la parte alta de la sierra de Sinaloa, la vida activa de los plebes inicia a eso de los doce o trece años. A temprana edad toman su machete se van a desmontar su cuamil, preparan la tierra, siempre procurando tener la cercanía de algún arroyuelo para proveerse de agua, y siembra algunos cientos o miles de cannabis. Los chiquillos se declaran satisfechos si cosechan uno o doscientos kilos de mota. Al cortar, en greña tienen al pie a su comprador. Por lo regular, este es intermediario de algún capo quien a su vez es gente de otros jefes, de los que forman una larga cadena de mandos en los cárteles de las drogas. Las autoridades nos dicen que en lo alto de está escalafón estaba “el chapo Guzmán”, el gran benefactor.
En un corrido dedicado a un célebre patrón que por dos décadas reinó aquí en Puerto Vallarta, dice de él un estribillo que cuando supo de los manjares de la vida urbana, decidió salir de la sierra. Para quien no lo sabe, vivir en la sierra es duro. No se vive con lujos ni comodidades como las que puede ofrecer una ciudad. Hay que vivir a oscuras. Para la cocina, se debe acarrear leña. No hay caminos para salir a ver un doctor ni para el transitar de un vehículo. Las mujeres curten sus manos al tortear todos los días la masa para las tortillas. La tierra es infértil y tienen más oportunidades quienes fincaron su casita a orillas de algún río. Claro, los poderosos en el negocio se pueden dar sus lujos al convertir ranchos enclavados en lo más recóndito de la sierra en cabañas equipadas con lo necesario.
Los capos perseguidos tienen entre sus opciones mas confiables internarse en los laberintos de caminos reales que se multiplican por la sierra. Se niegan abandonar los lujos de las ciudades. Prefieren correr riesgos. No quieren recorrer los cañones y montañas que ya caminaron al lomo de una mula para salir a Chihuahua, a Durango, llegar a Sonora. Desde el norte de Nayarit, desde Huajicori, Cucharas, Picachos, se puede ir a La Rastra, Santa Rosa, Maloya, llegar a Concordia, de la Barrigona, o La Concepción, cruzar el río, pasar por El Recodo, tomar Veranos, Juantillos, El Tecomate, irse a Chicuras, La Amole, El Quelite, irse a la parte de arriba, tocar a San Juan, la parte alta de San Ignacio, cruzar Cosalá, ir hasta la Presa Sanalona, girar a Tamazula, mas al norte, El Fuerte, Choix arriba, en Sonora a Sahuaripa, Arivechi, instalarse en la Frontera. Para escapar, cuando se tienen a la mano un viaje con todas las comodidades, es desdeñado es por los grandes capos.
Que se sepa, ese error cometió Joaquín “el chapo” Guzmán. Se recordó que Rafael Caro Quintero y “el mayo” Zambada, allá se esconden. Dicen contó, que al lograr huir de una redada en sus casas de Culiacán se iba a ir a la sierra pero titubeó y prefirió irse a Mazatlán. Allá lo agarraron, en un edificio de condominios a espaldas del Acuario Mazatlán, casi en la esquina del malecón con la Avenida de los Deportes, un cruce de intenso tráfico por estar a unos metros el núcleo universitario de la UAS.
Supimos que estaban cortos en la pista cuando el miércoles 19 nos llamaron de Culiacán para hacernos saber del arresto de un grupo de allegados del famoso capo. “El compa Omar”, “el 19”, “el peña”, están detenidos, nos dijeron. El sábado 22, a eso de las diez y media de la mañana, los canales abiertos de las dos televisoras nacionales cortaron su programación para dar la noticia: atraparon al “chapo” en Mazatlán. En los siguientes días las crónicas detallaron la huida del capo en Culiacán por túneles que unen varias residencias y dan a los desagües.
Gobierno y medios, se han unido desde hace años, a la voz de los pueblos de la sierra, también de las grandes ciudades, a convertir al detenido en una especie deidad que, como a Maradona, en un día de estos se le rendirá culto. Que nadie se asombre si el hijo predilecto de La Tuna, Badiraguato, se erige en una figura mítica a venerar, capaz de competirle al mismísimo Jesús Malverde.
Otra cosa es cierta. En el mundo del negocio de las droga nadie prospera sin el consentimiento y la protección desde distintas esferas del gobierno. Los biógrafos del ex fugitivo de Puente Grande lo describen como un experto en negociar con asociados del gobierno. Los críticos de Fox y Calderón sostienen que negoció en lo más alto de los gobiernos panistas para salir libre pero mucho antes tenía pactos con los gobiernos priistas. Un jefe mafioso podrá crecer según sus habilidades en la administración del negocio pero mucho más según sean sus contactos en el gobierno. En los 70 y 80, aun años atrás, quienes desde el gobierno se quedaban con la tajada eran los jefes de las policías federales. Pero los políticos supieron que ahí había dinero y desplazaron a sus comandantes. En los 90 se hicieron famosos los narcopolíticos y hoy en día siguen estando de moda. Quienes se hacen tarugos, qué bien, pero aquí mismo en Puerto Vallarta se cuentan historias de financiamiento a candidatos a la alcaldía con dinero sucio. Aun más en este proceso que viene, hay al menos dos aspirantes que en su momento han tenido ligas con personajes vinculados al mundillo de las drogas.
Ahora bien, no todos los capos tienen tantos defensores como los que gratuitamente tiene Joaquín “el chapo Guzmán. Este tipo se hizo en la vieja escuela de los varones de las drogas. Ayuda a su gente, construye caminos, escuelas y plazas en las rancherías. Es generoso en las rancherías. Los vecinos de Carrillo Puerto, ahí por Compostela, presumen las fiestas de su rancho agradecidos por ese visitante. Por eso lo cuidan, lo protegen, lo defienden. Antaño, ese era el prototipo del narcotraficante. Hasta cuando lo mataron en Guadalajara, Manuel Salcido Uzeta, el no menos famoso “cochiloco” vivió por años en Mazatlán sin que nadie lo molestara. Amigos empleados del hotel Hacienda, o del hotel Las Palmas nos platicaban todos los días haberlo saludado. Todos creían saber que este personaje era el dueño de esos hoteles. Panchito Arellano Félix se hizo una celebridad en la sociedad mazatleca por aparecer casi todos los días en las secciones de sociales al apadrinar a la generación de alguna escuela. Los capos de la actualidad son todo lo contrario. Secuestran, extorsionan, asesinan.
REVOLCADERO
La sierra tiene dueño en Sinaloa pero también en las sierras de Jalisco. ¿Acaso los enfrentamientos registrados en esta región, cuyos protagonistas han sido militares y malosos no han ocurrido en las montañas?” Acá también tienen su dueño. Y también sus jefes se mueven a sus anchas en las zonas urbanas, así sea en Guadalajara o Puerto Vallarta. Y como otros varones del negocio de otras regiones, también tienen en la ciudad sus aliados. Todos los grandes capos han sido protegidos, por jefes policiacos, hasta por jefes militares, pero sobre todo también por políticos.