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Martes, 07 Octubre 2014 01:33

En el mundo del narco, el que anda mal, mal acaba; el fin de un “lugar teniente”, Fidencio el de Ixtapa

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Presumía entre sus amigos ser el mero, mero “lugar teniente” de un jefe de plaza, pero en el mundo del narco la ambición, los errores, la traición y la prepotencia suelen costar caros. Esto le pasó a Fidencio, quien estuvo en la cúspide del poder y entre más alto escaló, más fuerte fue su caída.

 

POR LA REDACCIÓN

“Vienen por mí…” alcanzó a decir Fidencio cuando vio a los hombres armados bajar de dos camionetas y caminar hacia él. Quiso correr pero le pegaron dos balazos en las piernas, se le doblaron los pies, cayó al suelo y de ahí lo levantaron y se lo llevaron.

Quienes conocen el código de la maña, saben que uno de ellos solo tiene tres cartas, la advertencia o regaño, una golpiza y si no hubo corrección, la tercera y última, la muerte.

Eso le ocurrió a Fidencio.

De Las Juntas a Ixtapa y sus colonias, clientes, Halcones o punteros conocieron a Fidencio. Era el lugarteniente del jefe de plaza en turno. Hasta que cayó en desgracia a causa de sus propios errores, abusos y atropellos, órdenes no cumplidas o mal cumplidas.

Nadie sabe a ciencia cierta de donde llegó Fidencio a instalarse en una casita de Los Tamarindos. En los últimos meses ocupaba un departamento en el edificio del Infonavit construido a orillas de la carretera a Las Palmas, también en Los Tamarindos. Ahí lo balacearon, lo treparon a una camioneta y con vida se lo llevaron. Ya nunca regresó.

Menudito de físico, rasgos característicos de un nativo de los estados surestes del país, Fidencio no desentonaba con el perfil exigido por un jefe del negocio de las drogas.

Fungió por mucho tiempo como una especie de escolta personal del patrón. Era arrojado y no temía la confrontación. Sin embargo, en una pelea sin ventajas, con regularidad perdía. Cuando estaba en el trabajo era un individuo respetado, pues todos daban por cierto que portaba arma.

ERA VALIENTE

Dice el dicho que no hay chaparro que no sea valiente. Fidencio lo era. Como hombre de confianza y brazo derecho adquirió poder. Se le respetaba desde Las Juntas a Ixtapa y demás poblados rurales. Sin embargo, la suma de todo, acabó por conducirlo al campo de los abusos, excesos y atropellos con su gente, sus vecinos y no se diga con sus enemigos.

Cuando varios hombres armados fueron por Fidencio, a eso de las seis de la tarde, al ruido de las armas, los vecinos del edificio se escondieron en sus casas. Fue un caso característico de los que nadie supo nada. Su levantamiento y desaparición no forma parte de las estadísticas. La policía municipal, agentes estatales, preventivos, soldados o marinos, nadie acudió a tomar nota. Los vecinos callaron y en silencio agradecieron a quienes se lo llevaron. El veracruzano, en cuyo estado afirman que nació, se enemistó con todos los vecinos al hacer del conjunto de edificios su centro de operaciones. Un día, se lio a golpes con un vecino y al verse perdido, Fidencio sacó la pistola y le disparó, para suerte de los dos con muy mala puntería. 

Por sus atropellos, el jefe lo retiró del negocio. A mediados del año pasado, en una de sus francachelas, frente a la tienda Aurrera la emprendió contra un cliente de los negocios a proteger. Con sus amigos echaron montón a ese cliente que osó ponerse al tú por tú.

Se trataba del esposo de la encargada de la Delegación Municipal de Ixtapa. Éste prefirió echarse a correr y abandonó su automóvil deportivo. Fidencio no pudo alanzar al familiar de la funcionaria municipal y entró en cólera. Él y sus amigos destrozaron con piedras el automotor. El cliente regresó al siguiente día por el auto. Sobre el cofre estaba montones de piedras y palos.

El jefe tomó nota de aquel y otros abusos. Allá por mayo pasado le encargó el último de los “trabajos”. En Los Tamarindos habría que poner un correctivo a un individuo. La orden solo fue propinarle una paliza, nunca propasarse.

Fidencio ordenó golpearlo hasta el cansancio. Lo abandonaron en un oscuro callejón de los laberínticos andadores del fraccionamiento al ingreso de Ixtapa. Dejaron de golpearlo solo hasta que se dieron cuenta que ya no se movía. Alguien llamó a la ambulancia, pero cuando éstos llegaron, olieron el peligro y se retiraron sin dar atención a la víctima. Era de madrugada y los socorristas supieron que era feudo privado de los hombres del negocio. En la oscuridad acechaban los personeros del jefe.

El patrón de Fidencio puso la segunda carta en cara de su subordinado. Otros jefes ordenaron exigirle desaparecer de la región. No se sabe a ciencia cierta si la pareja de Fidencio tomó la iniciativa de abandonar su casa. Una versión indica que la señora rentó una casa en un fraccionamiento entre Ixtapa y Las Juntas y que hasta ahí fueron por ella y se la llevaron. En horas, fueron por Fidencio a su departamento. Ya pasaron dos meses y nadie sabe si Fidencio salvó la vida. Quienes saben de esos temas, apuestan que nunca le perdonaron sus excesos. Hizo caso omiso a las órdenes de los patrones y no entendió ni atendió el código de comportamiento. 

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