POR LA REDACCIÓN
Una hermana del hoy occiso habría subido a su muro de Facebook el nombre del presunto autor intelectual de la ejecución –a manos de sicarios—de José Peña. Su nombre, según la mujer, es Miguel G., un misterioso personaje que tiene socios colombianos y que conocía perfectamente al “taxista” de San José del Valle.
Miguel G., de acuerdo con investigaciones periodísticas, también es oriundo de San José del Valle, viaja constantemente a Estados Unidos y es presunto propietario de una línea de boutiques de ropa diseminadas por la Unión Americana, por el Distrito Federal –también tiene una tienda en San José del Valle—y por varias ciudades colombianas, además de aparecer presuntamente como supuesto dueño de algunas casas de cambio en Puerto Vallarta.
Esta cadena de tiendas de ropa podría ser sólo una fachada para el blanqueo de capitales, ya que como dijimos, Miguel G. al parecer tiene varios socios colombianos.
Y aquí es donde viene el interés de la Policía Federal y la Agencia de Investigación Criminal de México, así como de la DEA y el FBI, pues se está investigando todo el entorno de amistades de Miguel G., así como del ahora muerto, José Peña.
El primer dato que salta a la vista es la presunta estrecha relación que tiene el tal Miguel G. con los hermanos Bautista Encarnación, también de San José del Valle. De hecho, en Bahía de Banderas es muy conocido que cada que llega Miguel procedente de Estados Unidos o de Colombia, son los hermanos Encarnación los que hacen las veces de chóferes, mandaderos y acompañantes de Miguel.
AMIGOS DE JOSÉ GÓMEZ
El segundo dato que llama la atención de policías investigadores –y que desde hace tiempo podrían estar indagando a los hermanos Encarnación—es que el esposo de la hermana del “taxista” José Peña, es un personaje muy allegado a los también hermanos Xavier y Cristóbal Esparza García (Hijos del desaparecido jefe policiaco nayarita Javier Esparza Montelongo), el primero, actual Director de Seguridad Pública del Ayuntamiento de Bahía de Banderas y el segundo, regidor del mismo órgano de gobierno.
La tía es la señora Piedad Encarnación, quien junto con su esposo, el profesor Rómulo Bautista, son dueños de la Banda Musical “Esmeralda”, y tienen a estos hijos del mismo apellido pero de nombre Martín y Erick.
Se presume entre pobladores de Bahía, que Miguel G. y sus socios colombianos ya estaban arreglados en la plaza de Bahía de Banderas para controlar ciertas actividades criminales, pero que el “taxista” José Peña se quiso apoderar de ese control y que por eso habría venido una orden para ejecutarlo, aprovechando que andaba en Bogotá, Colombia.
Incluso, la ejecución se dio después de que una célula del Cártel del Golfo quiso apoderarse de la plaza de Bahía de Banderas, sólo que el homicidio ocurrió en Colombia.
MÓVIL DUDOSO
También se comenta que el crimen se debió a la disputa por Adriana entre los dos amigos, Miguel y José.
Sin embargo, la versión del móvil de un asunto de celos entre Miguel G. y José Peña –por la disputa de la colombiana Adriana Gómez Hernández, también ejecutada junto con el “taxista”—habría sido propagada para ocultar el fondo del crimen y evitar que saliera a relucir información sumamente delicada que involucra de una u otra forma a los mandos policiacos de Bahía de Banderas y de ahí hasta al presidente municipal, José Gómez Pérez.
De hecho, el día de los servicios funerales de José Peña, cuyo cuerpo fue traído desde Colombia, se observaron en el panteón grupos de hombres que llegaron en camionetas con vidrios polarizados, algunos, según comentan en aquellos lares, estaban armados.
Al entierro acudieron todo tipo de personas para darle el último adiós al taxista que se movía entre Estados Unidos, México y Colombia.
LA EJECUCIÓN “PARCERA”
De acuerdo con la versión que manejó la página digital www.KienyKe.com tres disparos sentenciaron el trágico final de una pareja en el sector de Los Mártires, centro de Bogotá. Las víctimas, quienes compartían su vida como marido y mujer hace más de tres años, eran comerciantes del populoso sector de San Andresito San José.
Ella se llamaba Adriana Gómez Hernández y él, Héctor José Peña Meza. Adriana, tolimense, era una mujer que desde hace varios años comerciaba en el San Andresito, tenía un par de locales de ropa para mujer. Héctor, nacido en Los Ángeles, Estados Unidos, y de familia de Puerto Vallarta, México, también era comerciante.
Sobre las siete de la noche del pasado lunes la pareja llegó en su camioneta blanca a un restaurante ubicado en la carrera Octava con calle 20, barrio Las Nieves. El establecimiento, propiedad de un familiar de la mujer, estaba cerrado. El objetivo era dejar en aquel sitio a uno de los dos hijos de Adriana. Del carro se bajaron los tres: Héctor, Adriana y su hijo.
Héctor y su mujer, quienes llevaban tres años de relación, después de dejar al niño dentro del restaurante, caminaron de nuevo hacia la camioneta. Un hombre que vestía ropas oscuras y que estaba encapuchado se le acercó a Peña, desenfundó una pistola calibre 7.65, y le dio dos tiros. El estadounidense cayó muerto.
Según la reconstrucción de la escena por los investigadores, Adriana, de 36 años, habría intentado correr hacia la camioneta, abrió la puerta trasera, pudo subirse pero el criminal levantó de nuevo su arma y le propinó un tiro en la cabeza. Ella también murió al instante.
Cuando al interior del restaurante se escucharon los tres disparos, una de las personas que estaba adentro se asomó a la ventana del segundo piso y vio la devastadora escena: Héctor, en medio de un charco de sangre, yacía en el andén. El cuerpo de Adriana no se podía ver ya que estaba dentro del carro. La persona miró para lado y lado y vio que un hombre encapuchado huía del lugar a pie y con un arma en las manos.
Las pesquisas de los investigadores han dejado hipótesis sobre el crimen. Una de ellas es que se trató de un ajuste de cuentas contra la pareja, relacionadas con sus movimientos comerciales. Pero según el comandante de la localidad de Los Mártires, coronel Gustavo Vallejo, le indicó a KienyKe.com que familiares de los asesinados indicaron que ellos no tenían deudas económicas pendientes que pudieran poner sus vidas en peligro.