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Jueves, 06 Octubre 2016 00:01

El linchamiento online

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Por Karla Prudencio Ruiz

Hace poco alguien me comentaba que lo único bueno de que se manifiesten determinados grupos sociales negando los derechos de otros es que evidencia el miedo que tienen de perder los privilegios que se les ha otorgado, dentro de determinada estructura social. Es cierto. Sus argumentos son tan débiles, irracionales e inconstantes que lo único que se puede concluir que tienen en común es que defienden un derecho a la desigualdad. Desigualdad que, curiosamente, consideran natural y biológica, surgida por generación espontánea, producto de decisiones individuales y no institucionales, ni sociales. Estructuras de poder desigual que parecen no ser responsabilidad de nadie, en las que no hay perpetradores ni cómplices, sino que son flujo natural de la historia social. De esta manera, al observarlas no nos cuestionamos cuándo las mismas estructuras de poder se replican en espacios supuestamente horizontales e, incluso, nos parece prueba irrefutable de la fuerza incontrolable que tiene la desigualdad.

Internet surgió como una idea disruptiva dentro de esta imagen que se manifiesta en la conciencia colectiva. Nace como una manera de proporcionar una plataforma horizontal para todas las voces y en todos los espacios. Sus posibilidades técnicas (que por economía no podré explicar en este artículo) permiten la bidireccionalidad en casi tiempo real, a diferencia de los medios tradicionales de comunicación (en los que hay un emisor activo y un receptor pasivo). Es decir, es un espacio en el que lxs receptorxs de contenido se convierten en seres capaces de responder al mensaje e, incluso, adquieren la posibilidad de modificar el contexto de la comunicación y crear contenido que alguien más, a su vez, podrá responder. Este intercambio puede darse internacionalmente en un lapso de tiempo que parece casi instantáneo.

Un espacio técnicamente horizontal de diálogo. Sin embargo, sin obviar el problema de la brecha digital y la necesidad de alfabetización digital (precondiciones para hacer este un medio accesible en condiciones de igualdad), la Web, mediante Internet, parece estar reproduciendo algunas de las estructuras desiguales de poder que se encuentran en el mundo offline. Además, ha creado estructuras distintas que, a la fecha, no hemos podido comprender y, por lo mismo, no hemos enfrentado de la manera más adecuada, como lo es el porno de venganza.

El porno de venganza es la difusión no autorizada de imágenes vinculadas con la vida sexual de determinadas personas. La mayoría de las víctimas son mujeres. Es un acto contra el cuerpo, en lo más sutil de su expresión, pero no necesariamente del cuerpo presente. Foucault, en un contexto diferente, hablaba de este tipo de suplicios como aquellos que buscan “no tocar ya el cuerpo, o lo menos posible en todo caso y es para herir algo que no es el cuerpo mismo”[1]. Es una manera de reproducir una estructura de sometimiento conocida, pero que se manifiesta de una forma distinta a la que estábamos acostumbrados.

La relación entre la víctima y el perpetrador cambia, ya que la lesión del bien jurídico no parece tan clara y está atada a una multiplicidad de factores que determinarán el resultado final, la gravedad, las consecuencias y su justiciabilidad. Uno de los factores que me parece más importante estudiar es el linchamiento online. Instintivamente, cuando pensamos en éste fenómeno se nos ocurren dos actores importantes: 1) la persona que difunde las imágenes y 2) la persona de la que son las imágenes.

Sin embargo, el porno de venganza cobra la mayor de las fuerzas cuando hace un estallido social y cuando las víctimas son multiplicidad de veces revictimizadas y atacadas por aquellos acosadores, trolls, cyberbullies escondidos detrás de su avatar o incluso robots que tienen como propósito crear tendencias y que podrán replicar la información cuantas veces consideren necesario. La gente no sólo ve una y otra vez el contenido que se obtuvo ilegítimamente, sino que también decide oportuno juzgarlo y atacar. Incluso decide mover el contenido de una plataforma a otra, por ejemplo llevarlo de Facebook a Twitter o a un portal de noticias. Son individuos que normalmente operan desde el anonimato o desde la lejanía, con mensajes privados o con mensajes en foros públicos, que toman su fuerza en la certidumbre de que sus palabras tendrán eco en la replicabilidad técnica que permite el Internet, una y otra vez, haciéndose virales, encontrando alguien al otro lado del mundo que comparte la misma idea. No están solos. En ese momento se vuelven una multitud (multitud que puede estar compuesta de diversos individuos, de robots, de robots e individuos, de individuos que crean distintas cuentas, tienen posibilidades infinitas) que lincha; es la masa psicológica de la que hablaba Gustave Le Bon, “un ser provisional compuesto de elementos heterogéneos soldados por un instante exactamente como las células del cuerpo vivo forman, por su reunión, un nuevo ser que muestra caracteres muy distintos de los que cada una posee”[2].

Estos mensajes van desde tildar de inmoral la práctica sexual hasta llamar a las víctimas putas, o hasta emitir amenazas de violación que las incluyen a ellas y a toda su familia. Es una manera que tiene la multitud de castigar al cuerpo, siendo la sociedad justiciera de aquellos crímenes que van más allá de los establecidos por las leyes, recordando que “se siguen juzgando efectivamente objetos jurídicos definidos por el Código, pero se juzgan a la vez pasiones, instintos, anomalías, achaques inadaptaciones (…)”. En muchos casos, estás personas dejan la pasividad y se acercan a las casas de las víctimas, las acosan y las recluyen de la comunidad, se les hace saber que son seres non gratos.

Si esto lo estudiáramos con los lentes del derecho penal (como se ha hecho en muchos países) tendríamos que dividir supuestos. No podría ser una historia unida por determinado hilo conductor, sino delitos distintos que merecen cada uno determinado análisis y atención. No sería ni siquiera equiparable al linchamiento porque no encontraríamos el factor de justicia por mano propia: ¿a quién le hacen justicia?, ¿de qué o de quién se defienden? Aunque sí encontraríamos que las responsabilidades son indeterminadas.

Aun así, ¿de qué no serviría?, ¿a quién castigaríamos?, ¿qué línea pondríamos para definir que el mensaje fue suficientemente incorrecto para dañar el bien jurídico o sólo parte del ejercicio de la libertad de expresión?, ¿en qué casos es una amenaza real? En éstos casos, ¿sirve solamente castigar al primer difusor de la imagen? O simplemente ¿sirve castigar desde esta perspectiva? Es necesario replantear y reconceptualizar lo que conocemos. Las herramientas comunes de análisis no nos sirven para atacar problemas diseñados de esta manera. Internet y la web tienen una multiplicidad de factores que nos tienen que llevar a hacer un análisis mucho más amplio y complejo. Tenemos que cuestionarnos si sobre la estructura técnicamente horizontal que tiene Internet no se están construyendo estructuras desiguales de poder.

¿Es realmente un plano horizontal? ¿Qué papel tienen las páginas como Facebook que deciden qué es contenido apto o no, o qué modifican las políticas de privacidad? ¿Qué papel tiene Google de crear un algoritmo en el que estos contenidos se muestren en el lugar 2 y no 100? ¿Qué papel tienen los buscadores? ¿Qué papel tiene twitter y sus políticas de seguridad? ¿Cuántos likes o retweets se necesitan en Facebook para viralizar una imagen? ¿Cuántos más para que se encentren en todas las redes sociales? ¿Cuántos más para que los periódicos locales y nacionales la saquen como notas periodísticas? ¿Quién decide qué y a quién le estamos dando el poder de inclinar la balanza de la horizontalidad? Es en este momento cuando la estructura de poder se adapta a la realidad.

 * Karla Prudencio Ruiz obtuvo la licenciatura en Derecho del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE). Actualmente trabaja en el Instituto Federal de Telecomunicaciones y se especializa en temas relacionados con derechos humanos, telecomunicaciones y competencia económica y forma parte del Área de Derechos Sexuales y Reproductivos del Programa de Derecho a la Salud del CIDE. La autora quiere agradecerle a Etzel Salinas por introducirla al mundo del Internet y por su incansable necedad en explicarle las minucias técnicas que tiene (y hacer que las aplique) (Tomado de www.animalpolitico.com)

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