POR LA REDACCION
Nuestro informante aseguró que la riña se prolongó por unos quince minutos y concluyó cuando al sitio se aproximaban unidades militares y de policía.
A unos metros de la avenida Libramiento Carretero, al ingresar a la colonia López Mateos cuatro individuos abordaron a su víctima elegida y en el piso dejaron su rastro sangriento. La victima dejó constancia “que era bueno pal pleito”, repitió una y otra vez un testigo presencial.
Contra lo que se pensó más allá de la colonia, vecinos, amigos y familiares de Miguel Ríos, éste no era una persona conflictiva ni se le conocieron antecedentes ligados a la delincuencia. Todos creen que fue confundido con su hermano, al que en las pláticas del vecindario se le considera que tiene ligas con los malosos. Estaba dedicado a su trabajo, al ejercicio. En la colonia Cinco de Diciembre la familia poseyó un gimnasio y ya después incursionó en el negocio de la pastelería.
A media tarde de un martes fue sorprendido por los tripulantes de una camioneta Ford Lobo color negro. Bajaron tres individuos y la emprendieron a golpes contra Miguel. Al menos dos de ellos portaban armas. Era una pistola calibre nueve milímetros y una 38 súper, dijo haber distinguido el testigo. Lo subieron con dificultades a la camioneta pero se les bajó. De una patada tumbó a uno de sus agresores y al caer se lesionó un pie.
Se trataba de una riña aparentemente callejera, desigual, tres contra uno. El chofer no se bajó en los primeros minutos. Varias personas llamaron de inmediato a la policía. El reporte también llegó a la zona naval y a la Zona Militar. Pistola en mano, uno de los sujetos no pudo esquivar una andana de golpes que le provocaron la ruptura de cuatro costillas. Ese sería el momento de los primeros tiros que daban en la humanidad del pastelero pero, para asombro de los desconocidos, su víctima seguía haciendo gala de una extraordinaria fuerza.
Varios de los testigos tomaron piedras y palos con intenciones de intervenir en defensa del solitario gladiador. Muchos lo conocían. Desistieron cuando a ellos apuntaron dos armas y dieron pasos atrás.
El chofer bajó de la unidad para ayudar a sus cómplices. Pero fue sujetado y recibió el duro golpe en la quijada. El relato afirma que el pastelero le rompió la mandíbula. Ese fue el recuerdo que en los estertores de la muerte le dejó en vida al pistolero. Un segundo antes, pudo accionar su pistola y acertó en la cabeza. Escuchó las sirenas de patrullas de policía, caminó y subió a la Ford Lobo y escapó.
En un momento determinado, el pastelero se deshizo de uno de sus agresores y fue por un tercero. Este le apuntaba la pistola y accionó en al menos cinco veces. Nuestro testigo sostiene que en ese momento recibió cinco disparos en el pecho. Herido de muerte siguió caminando buscando alcanzar al pistolero. De frente, ya herido, recibió los balazos y segundos después cayó al suelo.
(Este es un adelanto de la nota publicada en la edición julio 2013 de VALLARTA UNO)