Por Jorge Olmos Contreras
En los años setenta, el joven Arturo Cortés Guardado, hermano del actual rector del Centro Universitario de la Costa (CUC) –próximo a reelegirse-, Marco Antonio Cortés Guardado, se involucró en el asesinato del niño Gerardo Antonio Rodríguez Gutiérrez, en un caso que indignó a la sociedad tapatía en los años setenta, porque además del horrendo crimen, el cadáver del menor nunca fue encontrado y corrieron muchos rumores en el sentido de que los amigos de Fernando Villegard Cañedo –el autor material del infanticidio—había cometido algo más con el pequeño.
Los hechos ocurrieron el 10 de julio de 1972 en la conocida colonia Americana de Guadalajara, sobre una casa de la calle Pedro Moreno, donde cuatro individuos, Fernando Villegard Cañedo, Emilio Bretón Cuesta, Arturo Cortés Guardado y Jesús Cuauhtémoc Herrera Valle, se vieron envueltos en uno de los crímenes más escandalosos que recuerden los tapatíos en ese entonces.
De acuerdo con una investigación en las hemerotecas de la época, se pudo confirmar que, efectivamente, el hermano del actual rector del CUC, fue cómplice del asesino confeso del niño Gerardo Antonio, es decir, de Fernando Villegard Cañedo.
Según las notas periodísticas del 25 de febrero de 1973 del diario El Informador, Fernando Villegard resultó ser un asesino frío y calculador y sus cómplices relataron cómo fue que mató al niño y después lo arrojó a una presa.
HE AQUÍ LA HISTORIA:
“Fernando Villegard Cañedo, es un asesino cruel y despiadado. Mató con sus propias manos y a golpes en la cabecita con un barrote de fierro a su pequeña víctima, el niño Gerardo Antonio Rodríguez Gutiérrez, la misma noche en que lo raptó de la casa de su abuelita y luego personalmente depositó su cuerpo en un saco de yute y lo hundió en las turbias aguas de la presa de San Juanito, en donde ahora están siendo buscados sus restos afanosamente por brigadas del Cuerpo de Bomberos y otros elementos.
La revelación del bestial crimen fue hecha al jefe del Servicio Secreto, Carlos Aceves Fernández y sus investigadores, por tres individuos que presenciaron aquella patética escena desarrollada en pleno campo, un lugar apartado de la orilla mencionada. Las autoridades policíacas consideran que fueron cómplices de Villegard Cañedo, aunque todos coinciden en que solamente uno de ellos ayudó a éste a meter en el costal el cuerpecito inerte de la criatura tan vilmente sacrificada y que lo hizo presionado por el temor a las amenazas del asesino.
El impresionante crimen del niño Gerardo Antonio, elucubrado por la tenebrosa mente de Villegard Cañedo, fue delatado con toda clase de detalles por el agente de ventas Emilio Bretón Cuesta, Arturo Cortés Guardado y el estudiante de ingeniería mecánica, Jesús Cuauhtémoc Herrera Valle, que fueron quienes lo acompañaron hasta el lugar en donde Villegard Cañedo consumó su vil crimen.
Los tres individuos mencionados fueron detenidos por agentes del Servicio Secreto después de realizar una tenaz investigación que, aclarará sin lugar a dudas, la culpabilidad de Villegard Cañedo en la desaparición del niño Gerardo Antonio Rodríguez Gutiérrez, ocurrida la noche del 10 de julio de año próximo pasado (1972), durante una reunión social que se verificaba en la casa de la abuelita del niño, en la calle Pedro Moreno, a la cual el peligroso individuo había asistido, seguramente, con la intención deliberada de aprovechar aquella oportunidad para llevarse al niño y sacrificarlo como lo hizo.
LA FRIALDAD
Emilio Bretón Cuesta, individuo con antecedentes criminales también y fichado por la Policía de Puebla; Arturo Cortés Guardado, un vago marihuano sostenido por su familia y Jesús Cuauhtémoc Herrera Valle, coincidieron en sus puntos en las declaraciones que rindieron, no solamente señalando a Villegard Cañedo como el asesino del niño Antonio Gerardo, sino delatando paso por paso lo que aquella trágica noche sucedió.
Afirmaron que todos ellos se conocieron cuando se hospedaban en la casa de asistencia ubicada en la calle Pedro Moreno No.1336 propiedad de la señora Teresa Guardado viuda de Cortés, madre de Arturo y con excepción de éste último, los demás siguieron viviendo después, también juntos en la casa de huéspedes propiedad de la mamá de Luís Fernando Villegard Cañedo en la calle Mexicaltzingo No. 1979.
Ante sus amigos, según afirmación de estos, el asesino del niño Rodríguez Gutiérrez, se ostentaba como doctor del Seguro Social y maestro universitario. De él, Emilio Bretón Cuesta dijo, cuando declaraba “…A Fernando nunca lo traté en igual forma que a los otros dos (Arturo y Jesús Cuauhtémoc) puesto que yo lo veía como un tipo alevoso y hasta cierto punto perverso”.
Aquella noche del 10 de julio pasado, Arturo Cortés Guardado, quien andaba bajo los efectos de la mariguana que había fumado y Emilio Bretón Cuesta, asistieron a un festival que se celebró en un colegio para festejar la iniciación de los Cursos de Verano y dar la bienvenida a los estudiantes extranjeros que a dichos cursos asistirían. Habían acompañado a la señora Cortés Viuda de Guardado y al resto de sus familiares. Pero los amigos, Emilio y Arturo, dejaron la fiesta antes de que terminara porque éste último tenía que hacer una llamada telefónica a Toledo, Ohio, Estados Unidos, con su novia.
LO PLANEO TODO
Después de haber sostenido la conferencia telefónica desde de su domicilio de la calle Pedro Moreno, Arturo llevó en su pequeño auto a Emilio a la casa de asistencia de la calle Mexicaltzingo, en cuya puerta se pusieron a platicar con José Cuauhtémoc Herrera Valle. Y antes de que se despidieran se hizo presente Fernando Villegard Cañedo, quien les hizo una invitación para que fueran a ver unas chamacas.
Los otros tres aceptaron y abordaron el automóvil de Villegard Cañedo, el mismo en que la policía descubrió manchas de sangre en la cajuela de equipaje, un Dodge Coronet de color azul con capacete blanco, en el cual enfilaron hasta llegar a un supermercado que se localiza en la calle Robles Gil entre Morelos y Pedro Moreno. Allí Luís Fernando hizo bajar del auto a sus amigos, diciéndoles que iba a llevar un ramo de flores “a una chamaca” y se ausentó él sólo en su coche.
(En este punto, la policía establece la coincidencia de que Villegard Cañedo se presentó en la casa de la abuelita del niño Gerardo Antonio, llevando un ramo de flores para la señora que festejaba su onomástico).
Los tres detenidos dijeron que estuvieron esperando el regreso de Luís Fernando durante casi 20 minutos (mismo tiempo que permaneció en la casa de la calle Pedro Moreno antes de desaparecer con el niño) y cuando ya desesperados se disponían a regresar a la casa de huéspedes, se hizo presente Villegard Cañedo llevando en el auto, en el asiento delantero y junto a él “a un niño”. Los tres coincidieron en afirmar que aquél niño no parecía ir por la fuerza, incluso lo vieron que cariñosamente recargaba su cabeza en el hombro de Villegard Cañedo. Como explicación, les dijo que era su hijo. Y a continuación les indicó que iban a un rancho suyo para ver unos caballos y así Villegard Cañedo enfiló el auto por la carretera a Nogales.
Dicen los tres detenidos que caminaron por carretera asfaltada por espacio de 45 minutos. Después, tomaron por una brecha y, finalmente, dejaron ese camino y doblando a la derecha hasta llegar a unos diez o 15 metros de distancia del filo del agua de una presa, la cual han identificado ahora como la presa de San Juanito.
LOS COMPLICES
Allí, cruel asesino, detuvo la marcha y pidió a sus amigos que bajaran del automóvil, porque “quería hablar con su hijo”. Emilio, Arturo y Jesús Cuauhtémoc, descendieron y se retiraron a 50 o 60 metros del automóvil. Ninguno de ellos pudo darse cabal cuenta de lo que sucedía en el interior del vehículo, pero escucharon ruidos y uno de ellos afirma haber oído también un grito del niño.
A poco, vieron descender a Villegard Cañedo llevando el niño en brazos. Se dirigió con él hacía la parte posterior del coche, depositó el cuerpo de Gerardo Antonio sobre el suelo y luego abrió la cajuela del auto dentro de la cual colocó el cuerpo del niño, luego de levantarlo del suelo. Luego, aquella bestia humana empuñó una llave de tuercas de las llamadas “L” de las que se utilizan para mover los birlos de las ruedas de los automóviles y con aquél fierro descargó por lo menos tres golpes furiosos en la cabecita del niño.
Emilio Bretón Cuesta, según afirma, fue el único que se atrevió a preguntarle por qué hacía aquello y la respuesta del asesino fue: “Es mi hijo y yo podía disponer de su vida cuando quisiera”.
Luego, como tratando de encontrar una disculpa a su crimen, agregó:
“Estaba enfermo de una vértebra y cuando le di una cachetada se murió”, y concluyó: “no me arrepiento, pues es hijo del pecado”, refiriéndose a continuación a sus amigos, que había sido engañado por su esposa.
Luego, el torvo asesino extrajo de la misma cajuela porta-bultos del auto, un saco de yute y empezó a meter en él el cuerpo del niño. No pudo hacerlo solo y pidió a Arturo Cortés Guardado que lo ayudara y así lo hizo éste. Cuando estuvo dentro el cuerpo de la pequeña víctima, ató la boca del saco con una gruesa cuerda y lo llevó hasta la orilla de la presa.
Sin prisa, como si todo lo hubiese tenido calculado, regresó al automóvil y de la misma cajuela posterior, extrajo dos cilindros de gas, un visor y un par de aletas. Se despojó de parte de la ropa que vestía, dejándose el pantalón. Se colocó aquellos aditamentos y decidido se dirigió hacía el agua a la cual entró después de haberse colocado las aletas en los pies.
Arrastrando el costal con el cadáver del niño, fue penetrando lentamente a las turbias aguas de la presa hasta hundirse.
EN LA PRESA
Sus acompañantes afirman que permaneció bajo el agua casi 20 minutos, al cabo de los cuales reapareció. Se despojó de los utensilios de buzo, se cambió de ropa por otra que ya llevaba ex profeso en su coche y el pantalón mojado lo dejó tirado en el mismo lugar. Dicha prenda fue encontrada allí, muy deteriorada, por cierto, por los agentes del servicio secreto encargados de la investigación, cuando llevando a los tres detenidos, acudieron al escenario del cruel y despiadado crimen.
Antes de emprender el regreso a la ciudad, Luís Fernando Villegard Cañedo amenazó a sus tres amigos con matarlos o matar a cualquiera de sus familiares, si decían media palabra de lo que habían visto lo cual, agregó, “de ninguna manera les importaba”.
Al llegar a la ciudad, Emilio y Jesús Cuauhtémoc descendieron del auto manejado por Villegard Cañedo, en la esquina de la casa de huéspedes de la calle Mexicaltzingo y Arturo asegura lo mismo. Aquellos entraron a su cuarto y hasta que se vieron solos comentaron lo sucedido reprochando la acción de su amigo. Arturo abordó su pequeño auto que había dejado frente a la misma casa y se retiró a la suya de la calle Pedro Moreno.
A la mañana siguiente, a las 7:00 horas, Luís Fernando irrumpió violentamente en el cuarto de Emilio y Jesús Cuauhtémoc reclamándoles un reloj despertador que, según dijo, había desaparecido de su cuarto. Pero Emilio le respondió con energía invitándolo a que saliera de su cuarto. Desde ese momento, afirman ambos, no lo volvieron a ver más.
Emilio Bretón cuesta afirmó también a los investigadores del Servicio Secreto, la forma en que Luís Fernando Villegard C. llevó a cabo el secuestro de su ex esposa la Dra. Gloria Pérez y la participación que se vio obligado a tener el dominio que sobre él ejercía Villegard, relatando todos los incidentes de ese otro hecho delictuoso cometido por el peligroso criminal, quien no obstante el tiempo transcurrido desde entonces, nunca ha hecho confesión de su crimen el cual venturosamente pudo ser esclarecido sin lugar a dudas, cuando el asesino estaba a punto de que su juez resolviera su caso sin tener en sus manos pruebas fehacientes, sino solamente circunstanciales. Pero ahora existen tres testimonios coincidentes en todos sus puntos entre sí y también con las pruebas que obran en el grueso expediente del proceso en su contra.
No en balde, el juez primero de distrito en Jalisco, le negó el amparo que le solicitó contra el auto de su formal prisión en tanto que ahora cobra mayor fuerza y veracidad el dictamen psiquiátrico rendido por tres facultativos que lo señalaron como un individuo con “personalidad antisocial y peligrosa”.
Empero, lo que los investigadores policíacos no han puesto todavía en claro, es cuál de los tres detenidos intentó lucrar con el crimen haciendo llamadas telefónicas a los padres del pequeño Antonio Gerardo, señor ingeniero Antonio Rodríguez y señora Gabriela Gutiérrez de Rodríguez, pidiendo elevada gratificación por informar de la suerte corrida por el niño.
Para los infortunados padres de Gerardo Antonio, ha concluido dolorosamente el periodo de duda. Definitivamente no lo volverán a ver, pero su angustia se ha prolongado en espera de que sus restos puedan ser rescatados de las aguas de la presa de San Juanito, plagadas de lirio y barro.