En el mes de agosto del 2012, Lidia Vázquez Corona de 26 años fue encontrada muerta en un cuartucho de una vivienda de Los Llanitos., en la casa marcada con el número 515 de la calle Monte Casino esquina con Monte Albán. Estaba en estado de descomposición y el cuerpo muy maltratado; le habían dado una paliza antes de estrangularla con un cable.
Una de sus hermanas, Patricia, al ver que no contestaba las llamadas del celular y que tenía varios días desaparecida, decidió acudir a la casa en donde vivía con un hombre ya mayor que la maltrataba, que la peleaba mucho y que la tenía amenazada.
Al llegar a la vivienda, la hermana de Lidia comenzó a pensar lo peor, ya que desde lejos se podía percibir el olor a putrefacción, por lo que corrió y buscó al vecino que les rentaba la casa para que le abriera la puerta. Ahí, en una recámara, estaba Lidia, inerte, morada, hinchada. Eran las 15:00 horas de la tarde cuando la hallaron. El cuerpo estaba lleno de moscas e insectos que parecen salir de la nada en estos tiempos de calores extremos. Había sido asesinada y nadie le ayudó. La fuerza de un hombre cobarde se impuso y terminó matándola, en la más completa soledad. No estuvo nadie para ayudarla. Se había cometido un feminicidio más en Puerto Vallarta. Una mujer fue acosada, cazada, encerrada entre cuatro paredes para matarla.
Tal vez Lidia luchó hasta el último momento por su vida, pero su agresor era demasiado fuerte. Es probable que en los últimos minutos de su existencia haya reflexionado sobre el gran error de haberse juntado con un malviviente, con una persona celosa, con alguien que podía haber sido su papá por la diferencia de edad, con un monstruo que le bajó el cielo y las estrellas con mentiras; pero… pero ya era demasiado tarde.
El asesino primero la golpeó hasta que se cansó y después con un cable le apretó el cuello hasta que ella dejó de respirar. Solo entonces preparó su huida. Como todos los cobardes, no dio la cara y en seis años sigue en la calle, a la espera de otra mujer con quien divertirse. Y si ya mató a una, puede ser que siga el mismo patrón de comportamiento con otras; esto es lo peligroso de que este tipo de personas sigan en la calle.
En seis años las hermanas de Lidia Vázquez no han encontrado paz, ni justicia. En la Fiscalía regional las han atendido dos agentes del ministerio público, pero ninguno les ha dado una respuesta convincente sobre las investigaciones, es como si no trabajaran, como si el dolor ajeno no les importara, como si la muerte de una mujer es un feminicidio más, una simple estadística que dejan en los archivos.
El asesino –debidamente identificado—se llama Juan Manuel Echeverría Cruz de 50 años y hasta ahorita sigue en calidad de prófugo. A las hermanas les han dicho que lo han visto en Guadalajara, pero lo cierto es que el criminal ha sabido burlar la justicia, sobre todo cuando sabe perfectamente que nadie lo va a buscar, que los agentes investigadores no hacen su trabajo y que bien puede vivir a unos metros de la fiscalía y nadie lo notaría, pues después de tanto tiempo, dejan los casos en el olvido.
Cada que las hermanas van a la fiscalía, les piden fotografías de Juan Manuel, pero siempre les dan las mismas, como la que aparece en este artículo, donde casi no se distingue el hombre, pues el señor no convivía con la familia de ella, era muy apartado y muy macho, pues cada que peleaba con lidia iba a la casa de la madre de lo hoy occisa, donde ella se refugiaba del energúmeno sujeto, y se la llevaba por la fuerza.
El Ministerio Público solo espera que el presunto asesino cometa un error para atraparlo. Por ejemplo, que sea arrestado por una falta administrativa en algún lugar y que de ahí se derive que tiene una orden de aprehensión vigente, porque por lo demás, el trabajo de investigación prácticamente es nulo en este tipo de casos, que, como reiteramos, lo toman como uno más de la insultante estadística de feminicidios.